La noche avanzaba con premura, el alcohol hacía el efecto propicio, tú me llamaste a la puerta y salí con sigilo.
Llegamos al parque del lugar, a pesar de que la fiesta continuaba a unos pasos, pero nuestros cuerpos eran imanes ante las miradas y sonrisas provocadoras.
Nos besamos una y otra vez, mi respiración se agitaba y la tuya era furia. Empezamos a acariciarnos sobre la ropa y en la desesperación bajaste mi blusa sin tirantes y mi bra hasta mi cintura. Dejaste al descubierto de la luna mis pechos. Y los besaste, una vez más.
Yo alcancé a ver tus ojos, y subí mi pierna para sentirte, mis manos frotaban tu espalda, mientras mis ojos continuaban en la oscuridad.
Yo quería más, yo sentía más, era el momento ideal para nosotros, entre el ir y venir de nuestras manos y el calor de nuestro cuerpo a pesar del clima fresco que nos cubría.
Tu metiste la mano bajo mi falda, acariciando mis muslos, apretabas tu mano para sentir mi pierna. Y yo quería un poco más...
Con la poca luz de un foco lejano que hacía sombras tenues, y el aroma de las plantas, y la banca de madera, todos cómplices silenciosos, y partícipes del encuentro.
Yo quería venirme y quería sentirlo dentro, era ahora, era ya, era el momento.
“Señor, Señorita, estos no son lugares apropiados, son faltas a la moral pública, los pueden llevar en la patrulla”, dijo el vigilante del franccionamiento.
Mencionó algo sobre los ejemplos y la vida pública y otras cosas, no me quedé a escucharlo, salí corriendo a la casa, bajé mi falda y subí mi blusa y aparenté mesura.
Pasó cerca de un año para que volviera a casa de mi amiga Kikis, la anfitriona de la fiesta, sólo hasta que me informó que la cuadra habían cambiado de velador.
D. Blue
jueves, 18 de marzo de 2010
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